sábado, 22 de noviembre de 2014

¿Pero qué ISISte?

Debo confesar que últimamente mi odio a ISIS se ha visto cuestionado. No solo eso: he perdido el temor que quieren inspirar, con su bandera negra amenazante, sus uniformes de guerreros del desierto blandiendo cimitarras, AK47s, lanzacohetes y decapitando prisioneros vestidos con batas de Guantánamo (color naranja irónico). Porque tal vez ISIS es la clave para lograr lo más cercano para la paz en Medio Oriente. El Califato no tiene futuro.


Cuando comenzaron los registros de atrocidades, las noticias de ejecuciones masivas y la esclavitud de niñas y mujeres, tuve la reacción de muchos: Volvemos a lo mismo. Luego llegó el temor ante la nueva Amenaza Fantasma. Una vez más jóvenes radicales armados y dispuestos a morir por Alá le declaran la guerra a Occidente y proclaman la fundación del nuevo Califato. Además se llaman ISIS, una diosa pagana de la oscura antigüedad. Sé que es una sigla, que no tiene nada que ver con deidades lujuriosas, y que sería más preciso llamarlos IE –Estado Islámico-. ¡Pero hombre, ISIS! ¡Qué sonoro! Un hombre que puede acompañar en el panteón de organizaciones malvadas a grandes como SPECTRE, HIDRA y OCP. El hecho de que ISIS sea real y las otras siglas sean ficciones no le quita su dramatismo. Porque, reales o no, los muchachos de ISIS parecen salidos de una novela de espionaje escrita por el islamofobo más recalcitrante.

Pero a medida que aprendo más sobre ellos me doy cuenta de que no son una amenaza seria para el mundo. Son más bien una consecuencia: brutales opresores, es cierto, pero lo son en una región donde nadie se abstiene de ser un violento tirano. Son una pandilla de salvajes en una región del mundo donde el salvajismo es la regla. En otras palabras, ¿para qué queremos salvar a los demás Gobiernos en Medio Oriente de ISIS? Se merecen el uno al otro. Prácticamente todas las cosas horrendas que escuchamos sobre ISIS y que inspiran el repudio de toda persona civilizada, son cosas que los Gobiernos enemigos, muchos de ellos aliados de Occidente, también practican. ¿Decapitaciones? Arabia Saudita decapita decenas de personas cada año, algunas acusadas de brujería, pero el Rey Abdulah se pasea por el mundo con honores de dignatario. ¿Esclavitud? Dubai y Kuwait, entre otros emiratos, son famosos por su mano de obra secuestrada y esclavizada y sometida a abusos inimaginables, pero eso no le impide a magnates y turistas europeos deleitarse en sus ostentosos hoteles. ¿Fanatismo religioso? De nuevo, tenemos a Arabia Saudita, un país que le prohíbe la entrada a los judíos de cualquier nacionalidad, prohíbe la enseñanza de la evolución, y donde existe un Comité para la Promoción de la Virtud y Prevención del Vicio, dedicado a cosas como promover el castigo a las mujeres que tengan ojos “tentadores”. No sé si se refiere a hacer miradas coquetonas o tener ojos bonitos. ¿Tiranía política? Podríamos hablar horas sobre Bashar al-Assad y su reino horripilante en Siria, los militares en Egipto, los Ayatollas en Irán, pero en fin… es un cuadro deprimente e interminable y no hace falta seguir para ilustrar el punto.

Medio Oriente es un valle de lágrimas. Siempre lo ha sido. Solo podemos mirar sus penas con una sobria reflexión sobre nuestra condición animal e imperfecta, compartir las crueles historias que engendra, compadecerse de los inocentes... y aceptar que no podremos cambiarla, al menos sin renunciar a nuestra humanidad.

Y sin embargo... sin embargo... todos sabemos que buena parte de la reciente avalancha de guerras en la región son provocadas por las potencias de Occidente y sus aliados. El reajuste de estas alianzas podrían cambiarlo todo. Solo necesitamos un líder mundial que reconozca este camino.


Sin embargo es importante tener siempre conciencia del papel oprobioso que nuestra civilización occidental ha jugado en agitar las llamas de este caldero. La unión amorosa entre Estados Unidos y Arabia Saudita le da un sur y norte a este momento histórico, y tiene una relación directa con la aparición de ISIS en la colada.

Primera cosa: los Sauditas apoyaron la invasión a Iraq. Después de la invasión Iraqí a Kuwait los árabes estaban dispuestos a aceptar cualquier cosa para deshacerse de Saddam Hussein. El Rey Abdullah, un enemigo declarado de Irán, hizo el cálculo erróneo de que podía incorporar a un Iraq derrotado en su esfera de influencia y mantener a raya a esos escandalosos y pendencieros Chiitas, que son mayoría en Iraq. Es difícil imaginar qué estaban pensando los Sauditas, cómo creían que semejante disparate podía salir bien para ellos. Tal vez confiaron en la visión mesiánica de George W. Bush, lo cual nadie en su sano juicio debería haber hecho. Actualmente, por obvias razones, Iraq, una nación de Chiitas, ha caído bajo la influencia absoluta de Irán, el país Chiita por antonomasia del mundo y enemigo mortal de los Sunitas de Arabia Saudita. El pegamento que mantenía estable (y la definición de estable en Medio Oriente involucra calabozos y fusilamientos masivos, o sea que no es una estabilidad muy agradable) a Iraq era el partido Baathista de Hussein, una ideología socialistoide secular, que varía sus tintes nacionalistas según el país ha puesto raíces. El Baathismo permitía convivir a cristianos, Chiitas, Sunitas, Yazidis, Sufitas y otra cantidad de sectas y grupos religiosos islámicos, si no pacíficamente, al menos sin tratar de masacrarse constantemente. El temor a poder de Saddam Husseim y su régimen Baathista tenía a todos quietos en su sitio. Algo de prosperidad comenzó a vislumbrarse en el reino de Aladino, allí donde los odios ancestrales eran apaciguados por el pragmatismo de sobrevivir bajo la tiranía.

Derrocado Saddam Husseim tras la invasión norteamericana, el vacío de poder dio paso a un escenario de anarquía que permitió que los viejos odios y rencillas afloraran de nuevo. Disuelto el ejército Baathista, ciudades como Bagdad se conviertieron en tierra sin ley donde primaba la ley del más fuerte. Comenzaron la explosiones suicidas en los mercados que dejaban centenares de muertos. Secuestros, masacres, bombas… De repente, Iraq se convirtió en una pesadilla espeluznante ante los ojos perplejos del Departamento de Estado, el Pentágono, la Presidencia, y todos los demás idiotas que creyeron en el espíritu democrático y libertario de una sociedad fundamentada en la guerra tribal. ¿Pero qué les pasa a estos Iraqies? ¿Por qué se están matando con esta sevicia? ¡Los liberamos! ¿Por qué no quieren votar, incorporar el habeas corpus, libertad de prensa, darle derechos civiles a las mujeres y a las minorías? Lo único que les impedía ser como nosotros era ese malvado de Saddam Husseim, ¿no?

Bueno, no. Ellos no son como nosotros. Ellos no quieren ser como nosotros. Las diferencias entre Occidente y Oriente Medio trascienden la religión y van directo a la estructura básica de la sociedad: la familia. Una sociedad basada en el matrimonio entre primos, la poligamia y la familia extendida, desarrolla formas de organización donde los derechos humanos, la igualdad ante la ley y otros bonitos inventos de Occidente solo pueden ser vistos como delirios de tonto. En Medio Oriente la familia, la tribu, es todo. Fuera de ella, solo hay enemigos o rivales. El Estado no es una institución para brindar paz e igualdad: es un arma de la que me tengo que apoderar para dominar o aniquilar a los enemigos fuera de mi tribu, que están tratando de apoderarse de esa arma al mismo tiempo que yo. Por supuesto, Chiitas y Sunitas, después de mil cuatrocientos años de división, ya no son simplemente rivales doctrinarios, sino etnias diferentes. Las diferencias religiosas ahora son diferencias de sangre. En el mundo fuera de Occidente la sangre y el parentesco sigue siendo lo que manda. Es una versión de Michael Corleone dando tiros al aire y ululando como un pavo.

En medio de esta guerra sectaria, los Sunitas, una minoría que tuvo el poder bajo el régimen de Saddam Husseim (que era Sunita) ahora se encontró sola y aislada en medio de millones de Chiitas furiosos y ansiosos de venganza sangrienta. En Bagdad, Kerbala, Faluya, y otras ciudades de Iraq, comenzó la limpieza étnica. Vecindarios Sunitas se convirtieron en vecindarios Chiitas tras muchos tiroteos, gritos y cadáveres abandonados en las calles. El baño de sangre se prolongó por años, mientras la mayoría Chiita afianzaba su poder en todo Iraq y expulsaba o exterminaba a la minoría Sunita.

Los Estados del Golfo Pérsico vieron con horror cómo sus hermanos de credo y de sangre morían bajo las balas, las bombas y los puñales de la furia Chiita. No podían enfrentarse directamente con Irán, así que decidieron armar e impulsar la defensa Sunita en Iraq. El país invadido por los Estados Unidos en nombre de la libertad y la democracia se convirtió en un infierno en la tierra. Los Sunitas del Golfo Pérsico por un lado, los Chiitas de Irán por el otro, y los Iraqies en el centro como carne de cañón.

Y en un lado, pequeñito, pero más poderoso que todos ellos juntos, Israel observaba. Y no le quedó otra alternativa más que tomar partido y apoyar a los Sunitas. El enemigo más peligroso para Israel es, -y será por ahora- Irán: el único país que realmente puede desafiar su hegemonía nuclear en la región. Ver cómo Iraq se les salía de las manos a todos los interesados y caía en el regazo amoroso de Irán debió ser un baldado de agua fría para los judíos. Después de ver como las encumbradas Fuerzas de Defensa de Israel eran frenadas en seco por los formidables guerrilleros libaneses de Hezbollah, era obvio que Irán y sus clientes como Hezbollah no podían ser subestimados. Y si Israel quiere enfrentarse a Irán, entonces Estados Unidos tiene que enfrentarse a Irán, por aquello de la obediencia al patrón.

Y sí, los Estados Unidos son un obediente vehículo de la voluntad de Israel, cómo negarlo, pero aún le queda al Estado norteamericano algo de cálculo maquiavélico. No todo es torpeza catastrófica y frivolidad bochornosa en la política exterior norteamericana. También tienen su motivo para desafiar a Irán, y uno muy bueno, desde su punto de vista. Y el nombre de ese motivo es Rusia, más específicamente, la Rusia de Vladimir Putin.

Comparado con China, la economía más grande del mundo, y Estados Unidos, el país más poderoso, Rusia no es tan formidable. Pero es el país más grande del mundo, con el mayor poderío nuclear después de Estados Unidos, y un papel fundamental en el orden mundial. Cuando escuchamos el pánico de los noticieros sobre la guerra en Siria, y sobre los conatos de guerra en la pobrecita Ucrania irrespetada en su soberanía por los malotes de Putin, lo que estamos oyendo es el esfuerzo histérico de Occidente por aislar y contener al gigante ruso, por crear un cordón pro-Occidental que rodee a Rusia y le impida ejercer hegemonía política en su propio vecindario. Es absolutamente vergonzoso ver como la prensa mundial condena a Putin por querer rescatar las tradiciones de la Iglesia Ortodoxa, vigilar su vecindario y devolver al sufrido pueblo ruso algo de orgullo nacional. Lo acusan de homofobia y tiranía. Lo comparan con Hitler, en un país que sacrificó millones de vidas para detener al Tercer Reich y que en muchos sentidos, fue el que gano la Segunda Guerra Mundial. Homofobia, sí. Los árabes pueden encarcelar homosexuales y decapitar herejes, pero debemos creer que el retrógrado es Putin.

Los izquierdistas vienen diciendo desde el 2003 que la invasión a Iraq fue una guerra por el petróleo. Ese es el argumento de Michael Moore en su famosa película (donde no se menciona alguna posible participación de Israel en el tema, qué curioso). Nada parece indicar que esta sea la razón verdadera. Si fuera petróleo lo que quisiera Estados Unidos por encima de todo, lo más fácil sería simplemente reconciliarse con Saddam Hussein, perdonar la invasión a Kuwait y todas las atrocidades que cometió y levantar las sanciones con la condición de que venda el crudo bien barato. Se deja que Hussein venda su crudo como cualquier cruel tirano de la región. Así se ha hecho con todos los proveedores de petróleo en el mundo, por ejemplo Kazakstán. Se ahorra mucho dinero, baja la gasolina y se mantiene un enemigo de Irán en pie y fortalecido, tal como en los ochenta. Hay evidencia de que de hecho esto estaba sucediendo, pero el buen George W. Bush, alentado por sus ideólogos neoconservadores, le puso fin a todos esos tanteos de reconciliación y le declaró guerra total al hombre que supuestamente atentó contra su papito.

De todas formas, en círculos diplomáticos hay claro algo: Estados Unidos no tiene ocupado militarmente Medio Oriente por su petróleo, sino razones geopolíticas, lo cual puede sonar muy genérico, pero tiene un significado muy específico.

La tercera parte del gas natural que consume el continente europeo proviene de Rusia. Más específicamente de Gazprom, la compañía extractora de gas más importante del mundo y una de las compañías más grandes del planeta. Semiprivatizada desde la caída de la Unión Soviética, Gazprom es un gigante en todos los sentidos: 8% del PIB de Rusia, 17% de la producción mundial, el sistema de transporte de gas más extenso del planeta (casi mil seiscientos kilómetros de gasoducto), subsidiario y accionista en aviación, finanzas y medios de comunicación. Europa tiene una enorme dependencia de Gazprom, y por ende, de Rusia, y no sabe cómo quitársela de encima. Amigos norteamericanos, ¿no pueden echarnos una mano?

Claro que sí, Europa, no faltaba más, eres el área industrial más importante del planeta y qué jartera que dependas de esos rusos odiosos. Te presentamos a Catar, un país aliado, muy querido por Estados Unidos, que tiene en su territorio la mitad del yacimiento gasífero más grande del mundo, conocido como Pars del Sur/ Domo Norte. El lado Domo Norte está en el norte del Catar. La otra mitad del yacimiento está en el sur de Irán; de ahí su nombre Pars del Sur. Ambos países tienen potencialmente la capacidad de exportar a Europa trillones de metros cúbicos de condensado de gas natural. Literalmente, un manantial de riqueza. Catar, con la venia de Estados Unidos, planea crear una vía de gasoducto que atraviese Arabia Saudita, Jordania y Siria y se conecte al gasoducto Nabucco que alimenta Europa a través de Turquía, entrando a Europa por Austria. El gasoducto Catar-Turquía, se convertiría en la principal fuente de gas natural para Europa y eliminaría la dependencia de Rusia. La piedra en el zapato para este plan es Damasco.

No solo Bashar al-Assad se opone a la construcción de un gasoducto proveniente de Catar a través de su territorio (donde necesariamente debería pasar, si se quiere una ruta viable a mediano plazo), sino que además da razones muy específicas. El Presidente de Siria es un cliente de Rusia y tiene el apoyo del Kremlin. Permitir este gasoducto sería un golpe directo a los intereses económicos de su principal patrocinador. Peor que eso: al-Assad ha negociado con Irán la creación de un gasoducto propio, que conecte el yacimiento de Pars del Sur, (adyacente al Domo Norte) con Europa a través de Iraq. La ruta Irán/Siria/Iraq ignoraría por completo los intereses y el dominio de Catar, Turquía, Estados Unidos y los Estados del Golfo Pérsico, y mantendría la hegemonía energética de Rusia sobre Europa, ahora aliada con Irán y sus inmensas reservas gasíferas. Para Siria, el premio sería inversión y tecnología rusa para extraer de sus propios yacimientos de gas en el área de Qarah, en el centro del país.

 En otras palabras, el dominio energético sobre Europa (y por consiguiente buena parte de la economía de Occidente) está en disputa entre Estados Unidos y Rusia. Como en los mejores tiempos de la Guerra Fría, solo que sin ideologías cretinas, solo pragmatismo brutal. Y el campo de batalla de esta disputa está en el vecino de Iraq: Siria. La guerra contra el régimen Baathista de Bashar al-Assad es una guerra por el control de una línea de gasoducto que no se ha construido. Todo lo demás -- la “Primavera Árabe” y el improbable ataque con armas químicas que justificó la intervención norteamericana en la guerra civil para derrocar el régimen de Assad – es fachada.

La rebelión contra Assad ha sido un sangriento desastre para ambos bandos. Los horrores se multiplican, perpetrados por el régimen y por los rebeldes por igual. La razón principal por la que esta guerra se ha alargado y degradado sin un ganador visible, es que Assad tiene en Rusia un enérgico y aliado que le brinda un muy necesitado y abundante sustento. Los Sauditas, conscientes de eso, decidieron visitar a Putin y hacerle una oferta que no podía rechazar. El Príncipe Bandar bin Sultan, entonces el Jefe de Inteligencia de Arabia Saudita, fue a Moscú en agosto del 2013 a convencer a Putin de que retirara su apoyo a Assad, a cambio de mucho petróleo a buen precio y otra cosita… Existen transcripciones de la conversación que se filtró a los medios vía canales poco legales, que no he escuchado, pero el tono es decididamente descarado. Rusia lleva décadas azotada por independentistas musulmanes de Chechenia, un horrible paisito en el norte del Cáucaso, hogar de los extremistas más violentos y locos que han ocupado este infeliz mundo, responsables de la masacre de niños en el colegio de Beslán, la crisis de rehenes en el Teatro de Moscú en 2002, la bomba suicida en la estación de tren de Volgogrado que en diciembre de 2013 mató 16 personas, entre muchas otras. Y lo que vino a decirle Bandar a Putin fue esto:
“Puedo garantizarle que protegeremos los Juegos Olímpicos en la ciudad de Sochi en el Mar Negro el próximo año. Los grupos chechenos que amenazan la seguridad de los juegos son controlados por nosotros.”
En otras palabras: lindos tus juegos, sería muy triste que algo malo les pasara. La respuesta que dio Putin, ex-agente de la KGB, hombre que se ha enfrentado a los mafiosos oligarcas que saquearon su país después del derrumbe soviético (matando a unos y encarcelando a otros), y que no se acobarda ante las amenazas de los hampones, fue ésta:
“Sabemos que ustedes han apoyado a los grupos terroristas chechenos por décadas. Y ese apoyo, del cual usted acaba de hablar con toda franqueza, es completamente incompatible con los objetivos comunes de combatir el terrorismo global.”

Hugo Chávez habría dicho lo mismo, pero a su estilo: “¡Váyanse al carajo, árabes de mierda!”

Putin seguirá apoyando a Assad, y al que no le guste que no estorbe. Pfft, bueno, esto no salió bien, tal vez habrá otra forma de apretarle las clavijas a este intransigente de Putin. ¿Qué tal Ucrania? Se intentaron algunas sanciones económicas, como si Rusia fuera un paisucho tercemundista que se puede humillar frenando exportaciones. Los ruiditos que hicieron Alemania, Francia y Gran Bretaña fueron tan intimidantes como efectivos, o sea nada. La narrativa de una invasión rusa a Ucrania, pese a toda la fanfarria y exclamaciones de preocupación de la prensa norteamericana y europea (y de paso colombiana, aunque esa a quién le importa), se basa en evidencia bastante pobre (imágenes de movimientos de convoys saltándose cercas fronterizas en medio de la niebla, tomadas satelitalmente), ciertamente nada que justifique empezar la Tercera Guerra Mundial. Si Rusia quisiera invadir Ucrania de veras, lo habría hecho con brutal contundencia, sin esconderse. Pregúntenle a Crimea, anexada por la Federación Rusa en febrero del 2014 con artillería pesada, la Fuerza Aérea, soldados Spetsnaz y sus flotas del Mar Báltico y Mar Negro. De todas formas, el conflicto ya está congelado; el Presidente Poroshenko no puede hace más que mantener la tregua otorgando autonomía a los rebeldes prorrusos (y apoyados por Rusia) que quieren emanciparse de Ucrania. Honestamente quién puede culparlos: ellos son étnicamente rusos y Ucrania es un país miserable y corrupto del cual nadie en su sano juicio querría hacer parte. Ya hasta están realizaron sus propias elecciones, condenadas por Estados Unidos y la Unión Europea. ¿No somos pro democracia entonces? Bueno, teniendo en cuenta que la Asistente al Secretario de Estado norteamericano, Victoria Nuland, señora despreciable, habló abierta y francamente de la necesidad de un “cambio de régimen en Ucrania” en una conversación que salió a la luz tras una “chuzada”, está claro que no hay objeciones morales a tratar de derrocar un gobierno elegido democraticamente por un títere más dócil.

Es impresionante y desconcertante cómo el país con el ejército más grande del mundo trata infructuosamente de intimidar e imponer su voluntad a los nuevos gallos del vecindario, mientras ellos hacen y deshacen a su gusto. Odio a Mao Zedong, pero tal vez sí tenía razón de decir que Estados Unidos es un tigre de papel. Miles de jóvenes norteamericanos inteligentes e idealistas, por no hablar de millones de personas en Medio Oriente y Asia, han muerto sacrificados por un sueño de Pax Americana que ya se ha esfumado en las tinieblas del pasado.

En todo caso, tanta intimidación y juego sucio de Estados Unidos, de sus satélites y títeres, han colmado la paciencia de Rusia, que ha comenzado a dar pasos para abandonar el dólar para sus transacciones internacionales, empezando por sus relaciones bilaterales con China. De ahora en adelante los pagos se harán en rublos o yuanes. Esto es un cambio gigantesco del orden mundial. Bye, dollar. Así termina un siglo de monopolio monetario norteamericano.

Y mientras tanto, la guerra en Siria sigue: el crisol donde ardiente se está gestando el futuro orden mundial. Pero mientras llega el climax de esta confrontación, esta guerra ha creado un engendro que ha capturado la imaginación del mundo: el Estado Islámico de Iraq y Siria.


Arabia Saudita ha ayudado a aplastar revoluciones pacíficas en el Golfo Pérsico, como la revuelta olvidada del Reino de Bahréin, pero eso no le impide apoyar con mucho entusiasmo la rebelión en Siria, que habrá comenzado como una pacífica manifestación por la democracia dentro del marco de la Primavera Árabe, pero que ante la brutal represión de Assad degeneró instantáneamente en guerra civil. Cualquiera que ponga el mínimo de atención al intríngulis de la región tiene que encontrar muy sospechoso y siniestro en que Arabia Saudita apoye una revolución armada. No puede ser para nada bueno.


Los soldados que los Sauditas escogieron armar, entrenar y financiar no son heroicos sirios luchando por liberarse del yugo de Assad: para derrocarlo se necesita algo mucho más mortífero. Por ejemplo, Muyajidines, o sea, jihadistas. Arabia Saudita eligió al Estado Islámico de Iraq y el Levante, luego ISIS, surgido de la unión de varios grupos armados en Iraq: la rama de Al Qaeda en Mesopotamia, Jund al-Sahhaba (Soldados de los Compañeros del Profeta) y el Consejo Shura Muyahidín. Catar, por su parte, apoyó (¿apoya?) a la rama de Al-Qaeda en Siria: Jaghat al-Nusra. Tanto ISIS como Jaghat son dos ejércitos mercenarios de fanáticos Islamistas venidos de todas partes de Oriente Medio (y Asia y Europa y hasta Norteamérica) para masacrar y destruir en nombre de Alá. Todo esto, no podemos olvidar, bajo el ojo y beneplácito de Estados Unidos. Por intermedio de sus aliados del Golfo Pérsico, ISIS y el Al-Qaeda sirio son creados, financiados y apoyados por Estados Unidos. Uno se pregunta qué pensarán los familiares de las víctimas del 11 de Septiembre de semejante traición.


El Frankenstein jihadista, como es de esperarse, (y como sucedió repetidas veces en el siglo XX con otros grupos armados apoyados por potencias, sin que nadie aprendiera la lección), se rebeló contra su creador. ISIS es ahora como un perro rabioso que rompió su cadena y muerde a sus dueños y a todos a su alrededor. Se apoderó de un tercio de Iraq, derrotando de manera humillante el Ejército Iraqi, que simplemente dio media vuelta y salió huyendo, dejando cientos de millones de dólares en armamentos de primera línea para que los chicos de ISIS recuperaran e incluyeran a su arsenal. Estados Unidos invirtió veinticinco mil millones de dólares entrenando y preparando un ejército que se rindió casi sin hacer un disparo y le entregó el país a una pandilla de salvajes, cuyo triunfo contundente y métodos atroces han inspirado miles de jihadistas en todo el planeta.


Hoy en día nadie sabe exactamente cuántos soldados tiene ISIS: tres mil o veinte mil o doscientos mil; la propaganda y la desinformación impiden saber la verdad. Pero lo cierto es que han infligido graves derrotas a los ejércitos de Iraq y Siria, a los rebeldes de Siria y a los peshmerga de Kurdistán, al norte de Iraq. La punta de lanza de ISIS está conformada por terroristas chechenos, esos amiguitos con los que Bandar quería asustar a Putin y que ahora han escapado del control Saudita. Y los chechenos son de lejos los guerreros más temibles que tiene el futuro Califato. Contra ellos, los pobres soldaditos árabes se derriten como mantequilla caliente. Los únicos que parecen estar ofreciendo una resistencia efectiva contra el avance de Isis son los kurdos, quienes han impedido que ISIS se tome la ciudad kurda de Kobani en una muestra de coraje y heroísmo inspirador. Si se puede hablar de “buenos” en esta historia, definitivamente los kurdos son el ejemplo a mostrar: están defendiendo su patria, sus familias, su derecho a existir, de un invasor cruel y demencial que solo tiene destinado para ellos el exterminio.


La necesidad de acabar con Assad prima sobre todas las demás consideraciones, incluyendo perseguir grupos terroristas que anhelan el exterminio de Occidente. Hasta ahora, solo hay un puñado de enemigos de ISIS que pueden contenerlo. Ninguno de ellos cuenta con el apoyo de Washington: el ejército de Assad, que debe caer; Hezbollah, patrocinado por Irán y enemigo de Israel, el propio ejército de Irán; y el Partido de los Trabajadores de Kurdistán, considerado grupo terrorista. Si no hay apoyo para estos grupo, la guerra contra ISIS no podrá ser ganada. Para un observador imparcial, pareciera que Estados Unidos quiere que ISIS se fortalezca y conquiste más territorio. Desde la perspectiva geopolítica que hemos mencionado, tal vez ésta sea la realidad. Ciertamente los bombardeos aéreos norteamericanos están logrando muy poco para infligir daño en lo que es básicamente una guerra urbana, aparte de enfurecer a las víctimas civiles y ganar más reclutas para ISIS. Y la idea de armar otros grupos más moderados (o sea incompetentes) equivale a regalarle más armas a ISIS, como sucedió con el Ejército Iraqí.


De todas formas, pese a lo inútil y desdeñoso de la "estrategia" de Occidente contra ISIS, no cambia el hecho de que estamos agitando el avispero. Al principio los Muyajidines no mostraron mucho interés en Occidente, contentos con ocupar territorio Iraquí, mantener la presión en el frente sirio y lanzar incursiones al norte de Iraq, hacia Kurdistán y Turquía. Pero los bombardeos norteamericano sobre Raqqa, en Siria, han sido tomados como una declaración de hostilidad por parte de ISIS, que ocupa esta ciudad. Por eso las decapitaciones de occidentales y los atentados terroristas en Canadá. Esto solo puede ser el comienzo. ISIS no tiene ninguna posibilidad de hacerle la menor mella al gigantesco poderío militar norteamericano, pero en la guerra propagandística puede ser catastrófica, inspirando a los millones de varones musulmanes jóvenes, vírgenes y desempleados, que llenan las calles de las ciudades árabes y europeas, llamándolos a unirse a la lucha de ISIS, a inmolarse por la causa del Califato. Las estrategias que persigue Washington son risibles: seguir entrenando y armando al reformado Ejército Iraqí y esperar un alzamiento sunita en Iraq contra de ISIS.


Las atrocidades cometidas por ISIS son el resultado final de veinte años de guerra en Iraq. Bombardeos, sanciones económicas, destrucción de la infraestructura básica de la región, exaltación de la guerra tribal, opresión... todo esto tiene una causa directa en los Presidentes Bush I, Clinton, Bush II y Obama. En semejante entorno solo puede sobrevivir y prosperar el peor. El Califa de ISIS, llamado Abu Bakr al-Baghdadi, pasó once meses prisionero en el centro de detención Camp Bucca. La experienca no puede menos de haberlo terminado de radicalizar, sino enloquecer. El abismo de Iraq y Medio Oriente fue creado por Occidente; ahora solo podemos observar como el mundo civilizado comienza a caer en él. En medio de la maraña de intereses encontrados, alianzas hipócritas y dinámicas electorales en las democracias occidentales, ISIS solo puede prosperar.


Tal vez llegue un punto en que las atrocidades sean tan inconcebibles que Estados Unidos envíe tropa de infantería a Iraq para acabar de una vez con todas con la demencial situación. Tal vez un atentado terrorista a gran escala en Nueva York, o Berlín o Londres sea la que mueva a los indecisos occidentales a aniquilar a esta pesadilla medieval de la faz del planeta. Tal vez esta sea la oportunidad que tenga Obama o su sucesor de finalmente, tras cuarenta años de hostilidad, de establecer diálogos con Irán, unidos por un enemigo común. Tal vez la aparición de ISIS sea el empujón necesario para llegar a una alianza geopolítica que todavía no vemos posible. El poder de los Estados del Golfo Pérsico son un accidente histórico alimentado por el petróleo, un fenómeno del siglo XX, mientras que Irán es una civilización milenaria, que puede ser la clave para la pacificación de Oriente Medio, si se decide el diálogo. Lo mismo reza para Rusia. Un eje de colaboración entre Estados Unidos, Irán y la Rusia de Putin, por absurdo que parezca ahora, es posible en el futuro. No solo eso, es la única opción. Las condiciones están dadas, y los vientos políticos pueden cambiar. Assad, Putin, Al Qaeda, Saddam Husseim, todos fueron aliados de Occidente en algún momento. Muchos enemigos se han convertido en amigos. El odio a ISIS puede ser la semilla del cambio. Creada esta unión, se apacigua la llama de la guerra sectaria entre chiítas y sunitas, Assad pierde la importancia estratégica que ha desatado la guerra de Siria y los Muyajidines se enrentan a un mundo unificado. La "guerra del gasoducto" puede apagarse con esta alianza, eliminando la pugna geopolítica que se traduce en el brutal infierno que incendia Medio Oriente. No podemos acabar con los odios de la sociedad deforme y enloquecedora del pueblo árabe musulmán, pero podemos quitarles las herramientas que potencian su salvajismo.


La unión entre Estados Unidos y Arabia Saudita ha causado mucho horror y muerte en el mundo, pero no es una necesidad histórica inexpugnable. Rusia e Irán tienen las reservas de gas natural más grandes del planeta, y el gas es considerado por muchos científicos como la energía del futuro. Una alianza energética entre Occidente y estos dos países no es algo inconcebible. Cosas más raras se han dado. No es el Golfo Pérsico indispensable para el mundo, y entre más pronto nos libremos de estos exportadores de terrorismo, oscurantismo y fanatismo, mejor. En cuanto a Israel, hay que dejar que sea la mascota de unos cuantos billonarios judíos y frenar sus ambiciones maquiavélicas para controlar la política exterior mundial. El pesimista diría que estas fuerzas malvadas son invencibles. El pesimista puede estar equivocado: imperios más grandes han sucumbido a las realidades de la geografía, la tecnología y el potencial energético.


Se puede soñar. En medio de la estupidez y la violencia, se puede soñar con una nueva calibración del equilibrio de poder en el mundo. Solo hace falta una voluntad de reconciliación. Está claro que la reconciliación solo puede ser alcanzada con mucha sangre derramada. Tal vez ISIS sea la gota que rebosó el vaso.

Veterano de Guerras Psíquicas 2: Electric Bugaloo

Bueno, y después de más de un año de silencio, vuelvo a escribir en esta carajada. Fue un año de muchos cambios para mí, muchas cosas que tuvieron que ser replanteadas y de incertidumbres a las que decidí dar la cara. Estaba solo y ahora no... eso alivia el corazón y despeja el horizonte para escribir con inspiración en vez de emoción.

martes, 12 de noviembre de 2013

Un Romano Sabía



Marco Terencio Varrón fue un militar y funcionario romano, lugarteniente de Pompeyo, luego perdonado por Julio César. Tuvo una carrera de erudición. Escribió libros sobre agricultura. En uno de ellos se puede leer esto:

“Se debe tener especial cuidado, al ubicar el lugar, el establecerlo al pie de una colina con árboles, donde haya grandes pastizales, y así quedar expuesto a los vientos más sanos que soplan en la región. Un emplazamiento dando la cara al este se encuentra en la mejor condición, pues tiene la sombra en verano y el sol en invierno. Si uste está forzado a construir en la orilla de un río, no permita que el emplazamiento esté directamente frente al río, pues será extremadamente frío en invierno, y malsano en verano. Se debe tener similares precauciones cerca de los pantanos, por las razones dadas, y porque en ellos se crían ciertas criaturas diminutas que no pueden verse con los ojos, que flotan en el aire y entran por la boca y la nariz y causan graves enfermedades. “Que puedo hacer,” pregunta Fundanius, “para prevenir la enfermedad si llego a heredar una granja bajo esas condiciones?” “Incluso yo puedo responder esa pregunta,” replicó Agrius; “véndala por el más alto precio; pero si no la puede vender, abandónela.”

¿Un romano de la antigüedad hablando de microbios infecciosos? ¿Cómo lo pudo saber? Sabemos que la mayor parte de la literatura de la Antigüedad desapareció y nunca fue preservada. ¿Cuántas ideas maravillosas, sabias y científicas perdió la humanidad, para luego vivir siglos de oscurantismo e ignorancia? Los arqueólogos han encontrado artefactos como el mecanismo de Mecanismo de Anticitera, que indican un nivel tecnológico mucho más avanzado del que podemos imaginar basados en la evidencia arqueológica y registros escritos existentes.

El pasado es un misterio. Tal vez la revolución humanista de los últimos siglos no es una era de progreso, sino un regreso a la sabiduría después de casi un milenio perdido.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Entre más primo, menos me arrimo.

La humanidad viene en todos los sabores y tamaños. Altos, chiquitos, brutos, inteligentes, feos y bonitos. La mezcla, uno dirá, es bien homogenea y repartidita en todas las razas y géneros. Pero hay un factor esencial que nos divide. La humanidad está partida en dos, en el grupo de sociedades donde se la gente se casa entre primos y los grupos sociales donde la mayoría NO se casa con los primos.

Las sociedades de primos casados funcionan bajo el esquema de lo que algunos llaman “altruismo familiar”. Las sociedades donde la gente se casa con gente que no es de su familia tienen un esquema de “altruismo recíproco”.

En la carrera por transmitir sus genes y favorecer su descendencia, las personas tienen hijos, los cuidan y los ayudan para que salgan adelante en la vida. Pero un ser humano puede favorecer su legado genético sin necesidad de reproducirse, ayudando a aquellos con quienes comparte genes a reproducirse exitosamente. En otras palabras, al ayudar a tu familiares cercanos a que tengan éxito teniendo hijos, te estás favoreciendo a ti mismo, o al menos a tus instintos biológicos básicos. Ayudando a tus nietos y sobrinos, por ejemplo, te estás favoreciendo a ti mismo, porque ellos comparten una parte considerable de tu legado genético... esto es “altruismo familiar”. Ayudas a tu familia porque... bueno, la familia los es todo.

En las sociedades occidentales, donde el matrimonio entre primos (aunque no es inexistente) es poco común, la lealtad a nuestra familia se extiende a tus parientes inmediatos: tus hijos, tus padres, tus sobrinos. Se pueden contar con los dedos las personas por las que sientes una lealtad absoluta y una voluntad de sacrificio alta en favor de ellos.

En las sociedades donde se casan entre primos, como las de Oriente Medio, el Suroeste de Asia y África, que podríamos llamar sociedades “incestuosas”, esta familia se extiende, se diluye. Como todos se casan entre primos, te terminas encontrando en un grupo social donde TODOS son parientes cercanos tuyos. Tu lealtad familiar se extiende al hermano del esposo del primo de tu esposa, que es tan cercano a ti (en términos de consanguinidad) como tu propio hermano. La familia no es abuelos, papás, hijos, nietos, sino una red gigante de lazos de sangre que te rodean como una galaxia de parientes cercanísimos. Esa lealtad absoluta que sientes por tus hermanos y tus hijos y tus sobrinos, se extiende a decenas, o incluso cientos de personas que son familiares cercanos, así no los veas sino una vez al año.

Algunos definirían estas familas galácticamente grandes como tribus o clanes, y las sociedades que las contienen como sociedades tribales. Como resultado de la visión de la existencia y el mundo que te ofrece vivir inmerso en un clan o familia extendida, tu horizonte se reduce a proteger y favorecer a “los tuyos”, en detrimento de los demás, los que no son familia. No hay forma de que veas a los que no son de tu familia extendida como iguales; siempre estarán debajo de los tuyos. La las personas fuera de tu familia son tus rivales, y en casos extremos, como vemos en las comunidades en el Cáucaso, enemigos mortales. Resulta muy difícil que la repartición de los recursos económicos de una sociedad así sea equitativa entre toda la población. ¿Cómo puede ser justa, si tienes que pensar primero en tu familia, que te rodea como una galaxia y define tu forma de ver la realidad?



Históricamente, desde el punto de vista de un occidental progresista, estas sociedades son disfuncionales, desatrosas, irreparables. Somalia, Rwanda, Irak, Afganistán, Líbano, por dar algunos ejemplos, son países de incesante conflicto entre clanes enemigos, sangrientas venganzas y rencillas de siglos de antigüedad. Son sociedades donde el Estado no existe para el bien común, sino para favorecer el clan que esté en el poder. El resultado es una sociedad en estado constante de conflicto, guerra civil, violencia, injusticia, corrupción y, sobra decirlo, una verdadera falta de progreso. Donde el “altruismo familiar” es el que manda, hay poco lugar para hablar de derechos humanos, defensa a las minorías, igualdad de oportunidades para los menos favorecidos, etc. Nada de esto cuenta en las tierras donde la familia lo es TODO.

Las sociedades occidentales, Europa, Norteamérica, Latinoamérica, Oceanía, funcionan bajo otro principio; el de “altruismo recíproco”. Tu ayuda y generosidad va más allá de tus pocos familiares y se extiende a personas que no tienen tu sangre. No es un altruismo, perfecto, no es absoluto, pero es mucho mayor que fuera de Occidente. Tenemos nepotismo y sentimientos tribales, pero están diluídos y transformados por siglos de una revolución cultural que nos ha cambiado la forma de ver el mundo: idealizamos un mundo donde todos podamos llevarnos bien y progresar juntos, sin importar nuestro parentesco. Cuando las familias son pequeñas (en términos relativos en comparación con un clan), los extraños dejan de ser tus rivales en la lucha mortal por apoderarte de los recursos para sobrevivir, y se convierten en posibles socios, aliados y amantes y esposos. Aparece la idea de igualdad ante la Ley, de libertades individuales nociones de justicia social, y de ver a los demás como iguales. Ya no eres miembro del clan, sino de tu país, o tu continente, o el mundo. No vivir en sociedades tribales es una forma de vivir libre, de abrir los ojos a una realidad más grande y enriquecedora. En una sociedad de altruismo recíproco, la humanidad no se define por el rol en la familia extendida, sino por lo que uno logra por sí mismo, por su individualidad.

Una democracia saludable y educada es imposible en un mundo tribal. Los valores civilizados que percibimos como un bien absoluto son un regalo cultural de un hecho sencillo: casi no nos casamos con nuestros primos. ¿La razón? Desde el siglo cuarto después de Cristo, la Iglesia Católica prohibió en Europa Occidental el matrimonio entre primos con primer nivel de consanguinidad, y esta prohibición se prolongó y extendió por siglos, y ahora hace parte de nuestra herencia cultural. Entre nosotros, casarse entre primos cercanos, no es tabú, pero es... creepy. Nos parece una forma grotesca de retraso incestuoso. Y gracias a ese cosquilleo desagradable de imaginar nuestros primos casados, podemos aspirar a construir una sociedad más justa y próspera para todos.




jueves, 24 de octubre de 2013

Un Embarazo



La biología nos da una lección implacable: los seres vivos somos vehículos de nuestros genes. La selección natural, base fundamental del proceso evolutivo, no opera a nivel de individuos o razas o especies, sino de genes. Los genes nos utilizan para cumplir su misión de duplicarse y perpetuarse hacia el futuro, como han venido haciéndolo por miles de millones de años, y como continuarán haciéndolo aquellos que operan los vehículos más aptos para sobrevivir y multiplicarse. Somos vehículos, útiles mientras somos fértiles, luego desechables una vez hemos cumplido nuestra misión. Aquellos que no logran adaptarse a un planeta cambiante, mueren sin dejar descendencia y se extinguen. Cada persona que vemos en nuestra vida cotidiana es una formidable máquina de supervivencia, con un récord de éxito reproductivo que llega hasta los más lejanos ancestros unicelulares. Y sin embargo, es una máquina destinada al desbarajuste y a la muerte.

Nuestras complejas vidas mentales y emocionales son simplemente otra herramienta de los genes que, al menos por ahora, ha tenido éxito en permitirles su duplicación y continuidad.

Sentimos deseo sexual porque queremos propagar nuestros genes. Sentimos amor maternal porque existe el imperativo biológico de proteger este nuevo vehículo que hemos engendrado, transportando media copia de nuestros genes, hasta un futuro en que pueda valerse por si mismo. La vida, en toda su riqueza y belleza, es el truco de unas moléculas sin mente duplicándose ciegamente.

Esta visión, sombría y deshumanizante para muchos, explica con claridad lo que estoy apreciando en vivo y en directo con el embarazo de mi amiga, lleno de complicaciones que hacen molesta y a veces agónica su espera mientras el bebé sigue feliz y vivaz en el interior del saco embrionario, absorbiendo la energía de su madre.

La fisiología de las mujeres ha evolucionado para maximizar su éxito reproductivo, no su salud o su felicidad. Tampoco ha evolucionado para protegerlas de enfermedades o sufrimiento en su etapa postreproductiva. Por ejemplo, los altos niveles de estrógeno de una mujer son favorecidos por la evolución porque aumenta la fertilidad; estos mismos altos niveles aumentan el riesgo de cáncer de seno a edades más avanzadas, con efectos muchas veces mortales. Mujeres que hacen todo lo posible por mantenerse saludables terminan castigadas con cáncer de mama, enfermedades del corazón y osteoporosis.

Cuidar de nuestra salud de manera obsesiva es, por supuesto, necesario y admirable, pero no es ninguna garantía de salud y larga vida. La salud no es más importante que la reproducción. El bienestar emocional y físico están supeditados al imperativo de generar descendencia. Además, vivimos en un mundo totalmente diferente del entorno en el que ocurrió la mayor parte de nuestra historia evolutiva. Las fluctuaciones hormonales y preferencias dietarias que nos permitieron sobrevivir y procrear en la sabana pueden ser contraproducentes en las ciudades del siglo XXI. Por ejemplo, evolucionamos para desear azúcar en un medio donde era escaso y difícil de obtener; pero ese instinto, en un mundo industrializado donde el dulce es abundante y omnipresente, crea adicción, glotonería, obesidad y la diabetes que mata millones de seres humanos. Lo que hace una mujer ahora para engendrar no necesariamente es lo mejor para ella a largo plazo.


Pienso todo esto mientras veo a mi amiga sufrir en su embarazo, un sufrimiento marcado por la felicidad. Pagamos un precio altísimo por nuestra descendencia, pero siempre lo pagamos con entrega.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Citas citables

“Mucho de lo que sucede en nuestras vidas—el éxito en nuestras profesiones, en nuestras inversiones, en nuestras decisiones mayores y menores—son tanto el resultado de factores al azar como de habilidad, preparación y trabajo duro. La realidad que percibimos no es un reflejo directo de la gente o las circunstancias que la enmarcan, sino una imagen borrosa, nublada por los efectos aleatorios de fuerzas externas fluctuantes e impredecibles. Esto no significa que el talento no importa—es uno de los factores que aumenta las posibilidades del éxito—pero la conexión entre acciones y resultados no es tan directa como nos gusta creer. Nuestro pasado no es tan fácil de entender, y nuestro futuro no es fácil de predecir, y al intentar ambas cosas podemos beneficiarnos de mirar más allá de las explicaciones superficiales y ver el azar como un elemento fundamental.” – Leonard Mlodinow

Somos Humanos: el Parche Nitrógeno

En el colegio aprendimos sobre el nitrógeno. Sin él, la vida es imposible. En nuestro planeta existe como dinitrógeno, una molécula suspendida en el aire que compone el 78 por ciento del aire de nuestra atmósfera. El problema es que el nitrógeno metido en esta molécula es inservible para los seres vivos. No podemos hacer nada con el N2.


Los primeros granjeros en la historia se dieron cuenta rapidito que sin nitrógeno la tierra se tornaba estéril e inservible para cultivar (sin saber nada de la química pertinente). Hace ocho mil años, comenzaron a plantar hortalizas, cuyas raíces tienen bacterias que absorben y retienen nitrógeno puro; combinando las hortalizas con el trigo que comían para sobrevivir, podían mantener un campo fértil por décadas. Luego aprendieron a guardar caca de pájaro, de cabra y de ganado, todas excelentes fuentes de tú-lo-has-dicho. Miles de años después, el Imperio Británico importaba millones de toneladas de guano –una maravillosa fuente de nitrógeno– de todas sus colonias para alimentar a sus millones de súbditos.

La necesidad de mantener suelos nitrogenados ha sido clave para la agricultura, y por ende, la supervivencia de la raza humana. El crecimiento de la población del mundo aumentó la necesidad de tener más alimento, más suelo fértil, más nitrógeno.

La obsesión por obtenerlo puro nos llevó a mirar al cielo. ¡78 por ciento de nitrógeno en nuestra atmósfera, en un estado imposible de aprovechar! ¡Había que hacer algo!


Presentando a Fritz Haber. A principios del siglo veinte, este químico alemán parecido a Humpty Dumpty desarrolló un método que “partía” el dinitrógeno para producir amoniaco (NH3), liberando nitrógeno de su enlace inútil. No más guano. El proceso Haber-Bosch, dicen, convirtió el aire en alimento. Aparecieron fábricas a escala industrial de fertilizante, que, empleando este método, comenzaron a producir millones de toneladas de nitrógeno en todo el planeta. Actualmente, las cantidades de fertilizante industrial producido en todo el mundo fijan más nitrógeno en el suelo del planeta que todos los procesos naturales combinados. Casi la mitad de la población del planeta vive hoy gracias a cultivos desarrollados con el nitrógeno obtenido del proceso Haber-Bosch.

Comemos pan hecho de aire.

Este proceso ha permitido que la población bien alimentada del planeta crezca a un ritmo que parece más de bacterias que de mamíferos. Antes del fertilizante de nitrógeno, había dos mil millones de personas. Ahora somos siete mil millones, y se estima que llegaremos a ocho o diez mil millones en 40 años.

A lo largo de los últimos dos siglos, genios como Malthus, William Crookes y Paul Ehrlich, han predicho cataclismos causados por la superpoblación. Hambrunas, colapso de ecosistemas esenciales, océanos vacíos, el fin de la raza humana. El apocalipsis, han dicho, solo se puede esquivar si dejamos de reproducirnos tanto y reducimos el número de gente en este planeta. Y de hecho, la raza humana se ha salvado del colapso varias veces; cada vez que parece que se avecina la catástrofe alimenticia, algo aparece para salvarnos: fertilizante sintético, la Revolución Verde, cultivos genéticamente modificados (el OMG que tanto izquierdoso odia). Aumenta la población, y en alguna parte del mundo llega la salvación. Muchos se vuelven complacientes. Ahh, el ingenio humano es infinito, saldremos de ésta, nos hemos salvado de peores.


Pero lo cierto es que, por aparente que sea la infinita capacidad del ingenio humano, lo cierto es que el planeta Tierra es finito. Sus recursos se van a acabar. El hecho de que hayamos logrado escapar por los pelos varias veces de la catástrofe demográfica no significa que vayamos a salir vivos la próxima vez. Vivimos dentro de un sistema estatal llamado el sistema de Seguridad Social - Estado de Bienestar que funciona como esquema fraudulento de Ponzi; dependiente de nuevas generaciones más numerosas que paguen los beneficios de la generación anterior pensionada en una curva ascendente exponencial. El modelo político de Occidente depende del crecimiento demográfico constante e imparable, y está claro que a medida que las economías industrializadas se deterioran, ahogándose en deudas, desempleo y daños ambientales, este modelo se mostrará cada vez más inviable.

De hecho, la gente misma está cambiando sus actitudes frente a la reproducción. Cada vez más, las parejas prefieren no tener hijos, o tener uno o dos. Europa y Asia están llenos de países sumidos en lo que llaman “espirales de muerte”, con poblaciones donde es más la gente que muere que la que nace; países que envejecen porque sus pueblos no quieren reproducirse. No hay niños, y cada vez hay más ancianos. El declive demográfico ahora es una realidad: los jefes de estado manifiestan su angustia por ver como sus naciones se van quedando vacías. ¿Y quién va a querer tener hijos en países como Grecia o Portugal, donde los índices de desempleo de los jóvenes bordea el 60 por ciento? Por primera vez en la historia, millones de personas en países industrializados y en desarrollo toman la decisión de abstenerse de reproducirse ante la visión que le ofrecen los medios de comunicación de un mundo en colapso ecológico y una realidad cotidiana de desempleo, pobreza y falta de oportunidades. Hoy más que nunca, tener un hijo es un acto de valentía. Después de tantas alarmas por la superpoblación, vemos que tal vez nos espera un futuro con menos gente.

¿Es esto bueno o malo? Imposible responder. Para nuestros abuelos y ancestros, no había cuestionamientos. La religión tenía un mandato claro: multiplicaos. Ahora, donde hay más ignorancia, más pobreza, más violencia, los índices de natalidad siguen siendo altísimos. ¿Significa esto que el futuro le pertenece a los miserables del planeta? Imposible saberlo.

Hay una cosa que sí está clara para mí. El imperativo de tener hijos, de dejar descendencia, es un instinto primario, ineludible, que requiere mucho lavado de cerebro, mucha doctrina, para ser ignorado. El futuro es incierto, pero nunca ha sido seguro, en ninguna época de la humanidad. Tener hijos hoy en día es un acto de valor, pero no es más valiente que tenerlos en épocas de plagas, sequías y hambrunas. Aquellos que, como yo, piensan en la supervivencia de nuestra especie como un bien absoluto, tienen la obligación moral de tener hijos, y de educarlos para que tengan conciencia del mundo difícil que heredarán.